Recordando a mi querido hermano Octavio.
25 agosto 2011
Existe un autor llamado Chick Moorman, él ha dedicado su vida a la elaboración y practica de métodos de comunicación asertivos, con una tendencia clara hacia la comunicación familiar, ha creado un instituto y ha publicado varios libros relacionados con la identificación de hijos con padre y padres con hijos.
Existe un autor llamado Chick Moorman, él ha dedicado su vida a la elaboración y practica de métodos de comunicación asertivos, con una tendencia clara hacia la comunicación familiar, ha creado un instituto y ha publicado varios libros relacionados con la identificación de hijos con padre y padres con hijos.
En una de sus series, específicamente en la titulada “Cómo Hablarles a los Hijos”, hace una recolección especifica de lo que cree son los mecanismos mas adecuados para comunicarse como padre, define que hay palabras que enseñan y palabras que lastiman, plantea y postula herramientas practicas para la solución de problemas para crear niños más responsables, niños seguros y llenos de autoestima, válido o no, coincidiendo en su pensamiento o no, me parece una postura genuinamente valiosa.
Dejando a un lado su obra quisiera solo plasmar un tema que ubica en el título veinte del tomo III de su serie, este tomo se denomina “Aumentando su autoestima”; el título veinte se llama “Te Amo” y textualmente dice así:
“Solo hay una frase en la serie de cómo hablarle a los niños que aparece mas de una vez:”te amo” este hecho, confirma la necesidad de que esta frase sea dicha frecuentemente por los papas a sus hijos, así como uno al otro.
“Papá, habla Jenny. Llámame tan pronto recibas este mensaje. Algo terrible ha sucedido, yo estoy bien, pero necesito hablar contigo.” Este es el mensaje textual, que oí en mi contestadota telefónica una mañana de julio de 1997 para ser exactos, puedo escribir las palabras de mi hija, pero el tono de su voz y el escalofrió que sentí en mi estomago no pueden ser descritos. Cuando le regrese la llamada a Jenny, oí lo que ningún padre quiere escuchar. Mi niño más grande, Randy, había muerto.
Randy murió un mes antes de que cumpliera treinta años, así que no era realmente un niño. Era un hombre maduro, pero para mí, era mi niño. Los hijos nunca dejan de ser nuestros hijos, no importa que tan grandes sean. Ahora, mi hijo había muerto, sin advertencia, sin una oportunidad de decir adiós, Randy se había ido.
El consuelo siguió llegando de diferentes formas y maneras. Los parientes y amigos estuvieron ahí con palabras amables y listos para escuchar. Mi creencia que el alma sigue en la eternidad se confirmo y se reforzó. Dios me había invitado a relajarme más en la presencia de su amor incondicional.
Nuestra familia se mantuvo unida. Nos dio amor y apoyo, abrazos y compañía, tiempo y cariño. Nos conectamos con y para cada uno.
Pienso en randy todos los días, lo extraño. Recuerdo más los momentos felices. Le enseñe a jugar béisbol; me hacia que lanzara la pelota por horas enteras. Una vez dio un home run en la liga infantil.
Recuerdo también, el orgullo que sintió cuando me gano una carrera de diez kilómetros y la sonrisa en su cara cuando me paso la calle Heartbreak Hill, enfrente de YMCA en Kalamazoo, Michigan. No volteó a verme pero yo sabia que sonreía con la satisfacción de un joven que atraviesa una etapa más de su vida. Nunca disfrute tanto de perder una carrera.
Recuerdo su primer coche, uno grande y feo, que tragaba mucha gasolina. A Randy le encantaba.
Tengo muchas buenas memorias de mi hijo y del tiempo que pasamos juntos, pero un recuerdo es más importante para mí que cualquier otro. Es el que me mantiene y me consuela cuando vuelvo al proceso de duelo; a él me aferro cuando me siento triste o cuando reflexiono sobre la muerte de Randy. Es un recuerdo, que no me imagino poder vivir sin tenerlo; el recuerdo de nuestra última conversación.
En realidad, no sé sobre que hablamos ese día por teléfono; el contenido de la conversación no importa; solo el final, Tú sabes cuál fue:
“Te amo hijo”
“Yo también te amo, papá”
La primera vez que leí esto fue a finales del año 2002, creo que la crianza y la estabilidad de un hijo no radica únicamente en decirle que le queremos, pero sin duda el crecer sabiéndose amado, respetado, apreciado, te valora, te da identidad y te ubica en un contexto distinto al que podrías tener ante la ausencia de esta seguridad, Pienso esto en lo que vale la pena reparar del pensamiento del autor en referencia a este fragmento, formar lazos inquebrantables, repletos de amor, de cercanía, de sinceridad, supera distancia y tiempo.
Decir te quiero no era muy común en mi vocabulario cuando era joven, ahora creo que es de las frases que más ocupo, es un expresión real, autentica, poderosa, que describe lo que genuinamente siento, no llena oídos y formalidades, espero que llene espacios, que supere distancias y tiempos.
Lo que hoy me parece interesante en algún tiempo no me parecía tanto, en algunas cosas no reparé esas mismas que hoy valoro como tesoros únicos, alguien me dijo “Todo es mutable, pero no cambia solo..... Tenemos que hacerlo.” .Mi percepción de la vida sigue cambiando, la he mutado.
Es curioso como nos detenemos en el temor de ser vulnerables y no les decimos a nuestros seres queridos cuanto los queremos, cuanto los apreciamos, cuanto los necesitamos.
Ojala las miles de veces que he platicado con mi hermano mis palabras pudieran haber sido escuchadas por otra imperfecta persona como yo, llevo tres días tratando de recordar cuantas veces pude haberle dicho que lo amaba y aunque tengo presentes muchas, solo en una él estaba con vida.
Es una premisa que peca de sencilla pero a la vez , desde mi perspectiva, de portentosa, por amor he dicho, he visto, he vivido, he experimentado los mas hermosos momentos de mi vida, es una sentencia irrefutable, lo mejor de mi vida se ha basado en el amor.
Me congratulo con ver que mi familia cumple con este requisito no menor de hacer sentir amados a sus miembros. Espero se perpetué esta buena costumbre. Pocas cosas tienen tanta valía.
Hoy mi hermano cumple 20 años de haberse ido, 20 años, esos mismos 20 años que vivió.
En mi mente es como si muriera otra vez.
Esta barrera invisible, esta matemática ociosa de ver que el mismo tiempo que estuvo con vida es el tiempo que tiene de no vivir, me crea un duelo, uno nuevo, no tan doloroso, no traumático, no agresivo, sino un nuevo duelo, uno profundamente lleno de nostalgia que paradójicamente me hace atesorar cada día más mi vida y a quienes están en ella, me hace sentir con mayor profundidad la felicidad, el amor y la alegría por vivir.
Como casi siempre que nos vemos, pero en particular por esta fecha, quiero recordarles cuanto los quiero.
BDRF
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